SOUND OF METAL: Un breve repaso de sound design y por qué el sonido también cuenta una historia.

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“El cine nació sin sonido, porque cuando lo tuviera, tenía que ser perfecto”. Esta frase no la dijo nadie, pero quedaba cool para comenzar este texto aunque esa no fue la razón exacta de por qué el cine comenzó siendo mudo. De hecho, sería algo más como que surgió de la evolución natural de la fotografía, que fue una evolución natural de la pintura, y nuestra constante búsqueda por documentar lo que nos rodea y, parte de esto, que nos ayuda a ubicarnos y a emocionarnos, lo percibimos gracias a la audición. Sin embargo, se puede intuir que el sonido se tardó en llegar al cine porque era muy difícil conseguir que todo sonara como suena en nuestra vida real. Que tuviera sentido.

Desde finales de la década de los años 1920, finalmente la humanidad pudo escuchar las películas, tras varios experimentos gloriosos de incluir orquestas en vivo para dar dinamismo, y, a partir de ahí, comenzó un trayecto ascendente donde hemos pasado de escuchar voces grabadas en estudio a voces grabadas en directo (y luego overdubbed en estudio), puertas cerrándose, maderas crujiendo, un señor rompiendo tallos de celery y golpeando lechugas frente a un micrófono para recrear el sonido de huesos rotos y miles de ruidos más que enriquecen la forma en la que percibimos una obra audiovisual.

El trabajo del diseño sonoro se ha ido perfeccionando bajo nuestras narices, y adaptándose a las salas de cine para dar un valor agregado que difícilmente alguien pueda recrear en su casa. Y ha servido para los realizadores para contar su historia de una forma mucho más inteligente y profunda. En este sentido, hemos visto cómo David Lynch, hace casi 20 años, solicitó a las salas de cine que iban a proyectar su maravillosa Mulholland Drive, que aumentaran el volumen de la proyección unos 3db, debido a que, al verla en una proyección previa, sintió que la película era muy “callada”. 

También vimos cómo Cuarón pidió que tanto el sound design como la música de Gravity (2013), asemejara el sonido del vacío que hay en el espacio, muy similar a lo que encomendó Christopher Nolan a su ingeniero, Richard King, y al compositor Hans Zimmer para Interstellar (2014), a quienes pidió que hicieran que el filme sonase “como si estuviera roto.”

Hay quienes se han valido de este trabajo para crear recurrencias importantes para la trama, como Jordan Peele en Get Out (2017) y el recordado sonido de la cucharilla golpeando la taza de porcelana que sumía en un trance al protagonista. Hay otros que han usado el presupuesto que habían destinado para la música en hacer una película con un sound design que fuera capaz de hacer justicia a la trama, como mother! (2017, dir. Darren Aronofsky) o A Quiet Place (2018, de John Krasinski) y algunos, como Edgar Wright en Baby Driver (2017), que incorporaron este arte a una increíble a una banda sonora frenética y desenfrenada que acompañase a la frenética y desenfrenada imagen de su cinta. 

Peter Strickland hasta se atrevió en Berberian Sound Studio (2012) a contar la historia de un innovador diseñador sonoro de la era del foley, que trabajaba para uno de los famosos estudios italianos encargados del cine Giallo, uno de los movimientos donde el sonido fue vital para contar la historia. Un filme oscuro, divertido, que aunque la trama va hacia otro lado, constituye una de esas formas donde el propio cine se mira hacia dentro y nos deja ver qué hay, sin perder la magia en el proceso.

Que no los engañen estos ejemplos modernos, que de igual forma reconocemos el aporte de Hitchcock y su impecable uso de la música, de Kubrick y sus silencios que llenaban espacios y estridencias que los hacían mínimos, de Petersen y su capacidad de llevarnos a un submarino bajo tierra, de Scorsese y su psicodelia de los setenta y su contemplatividad y silencios de la segunda mitad de los 2010. De los maestros expresionistas alemanes y su forma de abstraer la realidad y usar la música para hacernos sentir, de los neorrealistas italianos y el cómo usaban el sonido y los otros elementos de forma lúdica. De los Coen y la maldita escena de la persecución en No country for old men (2007), de David Lynch y sus experimentos sonoros, en especial, los de Twin Peaks cuando van al Black Lodge. Del cine soviético y su oscura atmósfera sonora, o del Nuevo Hollywood y su depuración de técnicas antiguas que competen al arte de hacer que las películas suenen de cierta forma para generarnos distintos sentimientos y emociones.

Nombrarlos a todos requeriría muchos de estos textos, pero es una historia tan interesante como extensa, que poner casos más cercanos puede activar el germen de la curiosidad y comenzar a descubrirla y mantener intacto el propósito de este texto, cuyo punto termina siendo el mismo: El sonido nos introduce en la historia y hace parte importante de la consumición de una película, siendo el cine el arte integral por excelencia. 

Pero, ¿qué pasa cuando no puedes escuchar nada? ¿Cómo llevas a sentir algo similar a esto a una persona que no sufre de esta afección? ¿Cómo haces que una película suene a la violenta nada, al vacío, a la sordera? Sound of Metal parte de esta premisa, metiéndonos en la piel de Ruben, un baterista de una banda de rock pesado interpretado por Riz Ahmed, quien, luego de un concierto, comienza a perder la audición.

A partir de ahí, la película elabora sobre el tamaño problema que se le presenta a un hombre cuya existencia parece depender de la audición (o, al menos, más de lo que ya depende) y comienza un viaje donde intenta sobrellevar su condición y cómo esta afecta a sus adicciones, sus turbias relaciones interpersonales y, en especial, su pasión, creando una tenue tensión que ahonda la conexión humana que podemos sentir con el protagonista.

El filme es dirigido y co-escrito por Darius Marder, guionista de The Place Beyond The Pines (2012) de Derek Cianfrance, quien le devuelve el favor produciendo este estupendo trabajo que nos sumerge en la vida de una persona con una minusvalía tan fuerte, gracias a un excelente trabajo de dirección que permite que imagen, guión, actores, música y diseño sonoro, se conviertan en un bloque sólido y dan un gran valor a una de las mejores películas que nos dejó 2020.

Específicamente en el apartado musical y de diseño sonoro, la cinta se debate entre la dualidad del silencio y el sonido más extremo, logrando el vacío que siente Ruben cuando comienza a perder su sentido, incluso también en un nivel metafórico al perder lo más esencial que tiene un  músico, en especial, un baterista. Claro, que existió Beethoven, pero esta no es una historia tan feliz, pero tampoco es triste. Se trata de adaptarse a las circunstancias, de poner en perspectiva hacia donde vas, y de asirse a algo de normalidad, y, en eso, lo que escuchamos también influye muchísimo, en especial cuando deja que los silencios den aire a una escena, como esa conversación final en la cama, y toda la escena posterior que concluye el film, dejándote helado. 

Pero si hay que diseccionar alguna escena por su importancia, sería en la que Ruben hace caso omiso a las recomendaciones del médico y se lanza de lleno a tocar en un concierto, En ese instante, comenzamos a sentir su frustración de no distinguir lo que oye, y escuchamos un leve murmullo y sentimos la presión de los golpes más que otra cosa. Ese es el instante en que ya todo cambia para siempre, en el que Ruben asimila que todo comenzará a ser diferente, y que con un sound design más modesto no hubiese logrado llevarnos a ese estado mental, porque una imagen puede decir mil cosas pero no tantas como el sonido, o como el propio silencio. 

El trabajo de Nicolas Becker, el responsable de que esta película suene así, es espléndido, pero no es noticia nueva: Ya había trabajado en la previamente mencionada Gravity (una decisión inteligente teniendo en cuenta esa necesidad de hacer sentir vacío a través del sonido) y Arrival (2016, dir. Denis Villeneuve). Su música y sus texturas sonoras exploran el mundo extremo de quedarse sordo y nos traslada a una realidad distinta a la nuestra, siguiendo la máxima del cine, que no me canso de citarle a Roger Ebert, de que es una gran máquina de generar empatía, pues nos pone en los zapatos de personas muy distintas a nosotros para buscar un punto de entendimiento al compararlo con nuestra realidad, y valerse de uno de nuestros sentidos, más allá de la vista, para lograrlo, es rendir honores a la magia de hacer películas.

Por Alejandro Fernandes Riera / @FernandesRiera